25 dic 2008

Capítulo 5

Terminado el pistaccio y muerta la rabia, la enemistad de Eduz con el Ninja por el asunto de los platos había mainado. Zarkán, por lo bajo, charlaba con Fédor acerca de un acto mágico que le venía dando vueltas en la cabeza hacía varios días.
Recordando capítulos pasados de su joven vida, Fédor experimentó una ligereza rememorativa que, por unos minutos, lo llenó de placer y de la maravillosa embriaguez que los recuerdos de los más remotos instantes de la existencia producen en quienes han tenido una vida difícil.
Creyó sentír el frío abrasivo de los abrojos mal aborchados, de unos primordiales pañales de descarte. Luego, una mano que le estrujaba la rodilla desde el asiento del conductor de un auto que zumbaba por la ruta hacia Mar del Plata. Después experimentó en carne presente el miedo y el vértigo que, antaño, le provocaba el descanso de la escalera en la casa donde vivió los primeros tres años de su vida. Creyó que, dado el tiempo necesario, hubiera podido recordar la cara del médico que lo extrajo del vientre materno.
Pero el misticismo, medio etílico y mitad onírico, se disolvió en el aliento que la pregunta de Eduz sopló en su cara y sobre su mente.

- Obviamente, obvio que sí chabon, vamos nomás.

Y partieron todos rumbo a la casa de Eduz.
Zarkán encendió un toscano y la catarata láctea en gravedad cero brotó de su nariz y boca, dispersándose en el aire, casi al compás de un tango que sonaba tras las cortinas blancas de un departamento, encima de una panadería, sobre la esquina de la cuadra de la heladería. Concentraron, por un instante imperceptible y compartido, su total y completa atención en las oleadas del humo que se dispersaban, mientras las inmortales palabras del tango sonaban con incesantes volutas y remolinos plateados.

Hoy se lleva a empeñar
al amigo más fiel,
nadie invita a morfar...
todo el mundo en el riel.
Al mundo le falta un tornillo
que venga un mecánico...
¿Pa' qué, che viejo?
Pa' ver si lo puede arreglar.

Pero así como llegó, el ensimismamiento se dispersó cuando el vantanazo seco soresaltó al grupo de amigos y una banda de palomas que descansaba en unos postes de teléfono dispersó, con su sobresaltado aleteo, el humo lechoso del mágico toscano.
Zarkan se aclaró la garganta, como llamando la vuelta de un breve recreo.

- Buen, te estaba contando. Este tipo intenta hacer este truco ¿Si? Deja todo listo y el día del acto, ¡plop! Desaparece. Nadie lo vuelve a ver nunca más. Dicen -A mi me lo dijo un tipo que conocí en El Bolsón- que el asistente de ese tipo está loco e internado en un manicomio en Brasil. ¿Tétrico, no?

Fédor asintió, pensativo.

- La cosa -siguió el mago- es que este tipo dejó un libro, que detalla todos sus trucos. La mayoría bastante pedorros. Como escritos para rellenar. Porque entre todos esos trucos pedorros hay uno excepcional
- ¿Y vos decís que ese es el truco que vos inventaste?
- Ajá.
- Sin haber visto el cuaderno
- Ajá.
- ¿Cómo sabés?

El ninja, sintiendo la necesidad de ingresar en la conversación, se dio media vuelta y quedó caminando de espaldas hacia adelante.

- ¿Qué clase de mago se roba los trucos de otro mago?

El mago volteó con un gesto despectivo a mirarlo.

- Vos - dijo, sonriendo con malicia- no entendés nada, piquetero cara de calzón.
- ¡Bah! -murmuró el ninja- ¡Mago de cumpleaños...
- Samurai fracasado...
- ... Prestidigitador callejero...
- ... Cabeza de enagua...
- ... Ilusionista de cotillón...
- ... Cerebro de bícep...
- ... Afrancesado!
- ... Chorlito!
- ... ¿Chorlito? ¡Inmigrante mexicano...
- ... ¡Refugiado somalí...
- ... Terrorista afganistano...
- ... Tirano plutócrata...
- ... Bigotudo facista...
- ... Hippie cabeza de hierba...
- ... Jardinero de mala muerte...
- ... Deflorador de señoritas!
- ...Degenrado serial!

El mago chupó su cigarro, quedóse callado, y desvió la mirada hacia adelante. Ninjarg pateó una piedrita que fue a parar, a través de la ventana abierta de un auto que pasaba, justo al ojo del conductor, que a punto estuvo de chocar contra un buzón.
Eduz observaba de reojo a Fédor, que seguía callado. Durante todo el trayecto de vuelta a casa, notó que continuaba con aquella especie de tic nervioso que incluía mirar hacia ambos lados, bamboleando levemente la cabeza. Era como si intentara sacudirse el pelo mojado con una sola sacudida, cortita y violenta, de lado a lado, aprovechando para girar sus pupilas y mirar a su alrededor.

- ¿Por qué no te pasas el faso, curandero mano-chanta? -canturreó el ninja.
- Ahí lo paso - Zarkán se lo entregó a Eduz, con cuidado de no quemarle los dedos - pedazo de eunuco hipertrófico.

Ah, de repente había faso.




27 mar 2008

Capítulo 4

"¡Dale, misterio ¿Dónde estuviste?!"
Fédor todavía jadeaba por la corrida.
"Bueno, Fédor ¡Calmate un poco, carajo!"
Fédor apuró su vaso de vino tino con la mano derecha, mientras con la izquierda llenaba un chopp con los restos de las botellas de cerveza vacías, desparramadas en la mesa. Miró a Eduz.
Le devolvía una mirada que se debatía entre estar al borde de un ataque de risa y a punto de abofetearlo. Zarkán, por otra parte, lo estudiaba serio y detrás de una nube que emanaba -y se elevaba- de su nariz, como una cascada de leche en gravedad cero.
Tragó, eructó, inhaló profundo y dijo:
"No me jodas" y volvió a llevarse el vaso a la boca. No teniendo en consideración el peligro de estar al alcance de la planta del pié de Ninjarg - Situación en la que, a decir verdad, es más fácil estar que no estar tratándose de alguien que parece poder patear a todo el mundo en cualquier momento - no pudo más que sorprenderse cuando, tras una fugaz rotación de la cadera y rápida extensión de la rodilla del ninja, el vaso ya no estaba en su mano y aparecía hecho añícos contra la pared de ladrillo.
"¡¿Qué sos? ¿Forro?!" chilló Eduz
"Tranquilo" dijo el ninja
"¡¿Tranquilo?! ¡Voy a ir a tu casa a patearte los vasos, a ver que tan tranquilo estás, gil!"
"Estaba tomando de eso" dijo Fédor, muy triste. Y fue a ver que había en la parrilla.
No encontró mucho, solo algunas morcillas, media provoleta y un poco de tira.
"¡Después te compro un vaso!"
"¡Pero no va a encajar con el set!"
Tanteó entre las bolsas vacías, en la mesada a un costado dela parrilla, a ver si encontraba un pedazo de pan y felizmente encontró uno a medio comer, olvidado bajo una bolsa de supermercado.
"No va a encajar con el set" Lo imitó, burlón, Ninjarg "Bueno, después te doy otro set. Dejá de llorar"
Encontró que las morcillas tenían buen gusto y masticó feliz. No se estaba nada mal ahí. Había sido buena idea ir, despues de todo. Mantuvo sus dudas ni bien entró a la casa queriendo aclarar su mente y consiguiendo solo ofuscarse aún más, por el interrogatorio de sus amigos.
Como sonámbulo, había seguido derecho hasta el patio, con Eduz por detrás, gritándole interrogativas y exigiendo respuestas.
Luego había sido interceptado en la puerta por Zarkán, que le preguntó si había traído helado y ante la negativa, lo había insultado.
Y ese ninja, que se contentaba con mantenerle una penetrante mirada que podía sentir clavada en sus mejillas mientras hacía todo lo posible por emborracharse mucho en poco tiempo. Por unos breves instantes los había odiado a todos ellos, pero ahora todo eso se había ido.
Podía pensar muy claramente y la morcilla estaba exquisita. Le dió otro mordisco y sonrió.
"¡... Y nada de plástico! ¡De vidrio! ¡Como el que rompiste!" seguía chillando el anfitrión.
Ninjarg le dio la espalda y fue a recostarse en la silla de la que Eduz lo había obligado a pararse para barrer los pedazos de vidrio.
"¿Es bondiola?" Inquirió.
"No," dijo Fédor "Morcipán"
"¿Quedó bondiola?"
Fédor negó con la cabeza y el ninja chasqueó la lengua. Le ofreció un pedazo de tira, pero el ninja declinó su oferta. Se encogió de hombros y se sirvió un poco él, junto con la media provoleta y otro pedazo de morcilla. Se sentó a la mesa justo cuando Zarkán volvía de su expedición al baño, envuelto en su nube.
"¿De que me perdí?"
"¡Un morcipan...!" dijo Fedor rememorando el pan, extasiado.
Sus amigos seguían mirándolo demandado explicaciones, pero no se las daría por unos minutos más. Por ahora tenía mucho que explicarse a si mismo y con eso ya tenía suficiente.
¿Había realmente visto a su abuela muerta? No.
¿O si? No. Definitivamente era imposible.
¿Quería que fuera posible? La idea lo asustó. Si, claro que quería volver a ver a su abuela. Pero ¿Verla después de muerta? No, aquello era demasiado tétrico. Pensó en varias posibilidades. Pensó que quizas su abuela no había muerto realmente y quizás se había estado escondiendo durante los últimos dos años. ¿Escondiéndose de qué? ¿Cómo hizo para fingir su muerte? ¿Por qué no le había avisado a él, su único nieto? No, aquello también era demasiado tétrico, además de inverosímil. ¿Y por qué, si había estado escondiendose, había decidido mostrarse así de repente frente a su nieto? ¿Por qué solo se había quedado parada ahí, sin llamarlo o sin acercarse? Que buena estaba la morcilla.
Levantó el tenedor con morcilla, saludando a Eduz por su asado. Saludo que fue correspondido por el asador con una reverencia. Fédor volvió a la realidad.
"¿Nos vas a contar que carajo te pasa?"
"Si" dijo él. Y les contó.
Nadie dijo nada por un largo rato. Finalmente Zarkán habló.
"¿Pedimos helado?"
Alguien opinó que era mejor ir a tomarlo a la heladería, asi que agarraron sus cosas, tiraron los platos en la pileta de la cocina y salieron.
Había dos heladerías: Una estaba a ocho cuadras y era deliciosa, aunque un poco más cara que la otra; que estaba a solo cuatro cuadras y era un poco más fea, aunque más barata. Optaron por la barata.
En el camino, Fédor estaba inquieto. Eduz supuso que estaría esperando encontrarse con su abuela en cada esquina, pero no supo qué hacer para aliviarlo de su tensión, más que hablarlo con él.
"¿Pensás que...? ¿Bueno, no pudiste haberla confundido con otra persona?"
"No sé" lo pensó unos segundos "La miré bastante tiempo... Estoy casi seguro de que era ella. Un noventa y nueve por ciento seguro"
"¿Pero cabe la posibilidad...?"
"Si, cabe supongo. En realidad sería lo lógico. Lo improbable es que mi abuela haya vuelto de la tumba. Pero yo la ví. No sé"
Llegaron a la heladería y se pidieron un cuarto cada uno. Fédor todavía se sentía un poco ebrio y el helado le refrescó la garganta. Agradecido con el universo por haber creado el helado de pistaccio, se enfrascó en él y no volvió a hablar hasta terminarlo.

29 nov 2007

Capítulo 3

Fédor tenía una abuela.
No, no es que tenía a la abuela de alguien maniatada en una silla en su sótano; Fédor compartía un lazo sanguíneo con la madre de su madre y desde chiquito había desarrollado una muy cercana relación con su abuela, trascendiendo los límites mismos de la sangre.
No, no es que cometieran incesto; La relación de Fédor con su abuela era como la de un hijo con su madre, quedando su verdadera madre biológica relegada al lugar de una suerte de representante legal.
Para su cumpleaños número once, la abuela le regaló un condón. Fédor pensó que era un globo de payaso minuciosamente empaquetado, hasta que su abuela le explicó cual era su propósito que, obviamente, por aquél entonces le pareció inverosímil. Los años pasaron y a eso de las cinco de una de las tardes de sus dieciocho años, Fédor perdía su virginidad.
El momento lo había agarrado por sorpresa: Había ido a la casa de una compañera de la secundaria para hacer un trabajo práctico y antes de que pudiera reaccionar, ella estaba desnuda encima de él preguntándole si tenía forros. Fédor le rogó a todos los Dioses que recordaba mientras hurgaba en su billetera. Dudando, extrajo el único preservativo que encontró: El que su abuela le había dado siete años antes. Lo abrió y notó con sorpresa que había mantenido su integridad.
Sonriendo, perdió su virginidad.
A todo esto, la relación con su abuela había ido deteriorándose, en parte por la edad, en parte por cuestiones de tiempo y en otra parte porque la madre se había encargado sistemáticamente de que así fuera. Odiaba a su madre. Ambos lo hacían (Es decir, Fédor odiaba a su madre, que odiaba a su madre, osea la abuela de Fédor). Por su parte, la abuela no odiaba a nadie y se dedicaba a bordar.
Solía bordar maravillosos diseños en almohadones, colchas, pulloveres, pantalones y gorros. Pero un principio de alzheimer había comenzado, hacía cosa de unos años, a dificultarle el trabajo. A veces se encontraba con que, sin darse cuenta, repetía motivos y dibujos en un mismo diseño, por lo que eventualmente le pareció que lo más práctico sería dedicarse a los mosaicos.
Fédor corrió esa tarde a contarle a su abuela pero, al llegar al geriátrico dónde su madre la había internado años atrás, se encontró con la habitación de su abuela vacía. Dijéronle, al preguntar, que su abuela había fallecido esa misma tarde.
No hay cantidad de lágrimas que hubiera resultado suficiente para aplazar su tristeza aquél día. Corrió a su casa, se encerró en su habitación y no salió hasta la noche siguiente, para asistir al velatorio de su abuela, después del cual se fue hasta lo de su amigo Eduz que hacía un asado.
Entre choripanes, cerveza, arañitas y un muy peleado partido de "T.E.G. la Revancha", Fédor se sintió lo suficientemente consolado como para, al menos, irse a dormir un poco.
Dos años pasaron y Fédor ya vivía su vida normalmente. El recuerdo de su abuela lo acompañaba a todas partes, pero ya no como una sensación punzante en la parte de atrás de su nuca, ya no pintado de angustia y ya no de modo presente, sino más bien de un modo latente e integrado; Como si su recuerdo hubiera pasado a estar hecho del material mismo del que está hecha la esencia de Fédor y, por consiguiente, se hubiera mezclado con esta. O así fue, hasta que una tarde como cualquiera, dirigiéndose a la casa de su amigo Eduz para el acostumbrado asado con los amigos, vió a su abuela, que lo miraba desde el otro lado de la calle por la que cruzaba la plaza para llegar a lo de su amigo.
Incrédulo, esperó que la imagen se aclarara, se reformara o simplemente desapareciera (Como pasa en las películas). Pero no, su abuela se mantuvo ahí, mirándolo. Sus ojos destilaban decepción, pensó Fédor; pero luego le pareció que "Insatisfacción" era más adecuado.
En una acción que se criticó minutos más tarde, salió corriendo. Luego volvió a la plaza y buscó a su abuela, pero no la encontró por ningún lado y nadie parecía haberla visto. Miró la hora y, resignado, se dirigió a lo de su amigo para comer lo que fuera que hubiera sobrado del asado.
Llegó completamente perturbado a la reja de la casa y tocó el timbre.
En la cocina, Eduz, que había estado a punto de llamarlo, preocupado por la inusual tardanza de su amigo, colgó el teléfono y fué a ver quien tocaba el timbre.

20 oct 2007

Capítulo 2

Eran ya algo así como las tres de la tarde. El sol brillaba detrás del toldo amarillento que, por decisión unánime, habían bajado girando el mecanismo a un costado de la entrada al patio.
Algunos pedazos de carne todavía humeaban en la parrilla, mientras Ninjarg le aplicaba una capa de chimichurri a su sándwich de bondiola; con el mayor de los desprecios por el hecho de que acababan de zamparse una cantidad de asado como para alimentar a un pequeño regimiento, entre solo tres amigos.
En un solo movimiento contiguo, Zarkán, recostado en su silla, se colocó en la boca un cigarrillo toscano y lo encendió, sumergido en la somnolencia de seis cervezas y varios kilos de carne.
“Eso va a matarte, mago” musitó Eduz desde la reposera de nylon.
“¿Vos decís?” Zarkán miró a su amigo detrás de una nube de humo lechoso.
“Deberías dejarlo”
“Fácil decirlo”
Sin apartar la vista de su bondiola, el ninja dijo con tono aforísmico: “Disciplina” y le pegó otro mordisco a su sándwich. “Dejar de fumar es cuestión de disciplina”
“¿Y los indisciplinados?", Zarkán sonrió con el toscano entre los dientes, "Qué hacemos?”
“La única esperanza de los indisciplinados solitarios, como vos, es un trauma fuerte”
“¿Cómo es eso?”
“Necesitas algo que te sacuda y te quite las ganas de fumar”
“¿Algo como que?”
“No sé, algo. Algo shockeante”
“¿Algo como Rominita Mendizábal teniendo sexo en una plantación de tabaco?”
El ninja se encogió de hombros. “Cada perro con su hueso”. Y se empeñó aún más en su bondiola.

“De cualquier manera no sé por qué debería dejar de fumar”
“Bueno, porque hace mal. ¿No?”, dijo Eduz con los ojos cerrados y la cara al sol.
“Hay tantas cosas que hacen mal” escupió Zarkán, cansado de la misma discusión de siempre.
“Pero deberíamos evitar las que podamos”
“¿Como comer una tonelada de carne y tomar más de dos cervezas cada uno?”
“No. Las que podamos, dije”
“Bueno, igualmente fumar no me trajo ningún problema a mi. La gente habla mucho y las estadísticas te dicen que hay nosecuantas muertes al año por tabaquismo pero, vamos che, si no voy a creer la mitad de las cosas que hay en los diarios, ¿Por que voy a creer todas esas gansadas?. Te digo hermano que, si me pongo empírico, a mi el tabaco jamás me mató”
“No te trajo problemas ahora, pero más adelante sí”
“Quizás me muera antes de que me los traiga, en cuyo caso me arrepentiría de haber dejado de fumar. Nada peor que morir arrepentido.”
“No me parece vivir la vida pensando que uno va a morir prematuramente”
“Mirá vos, a mi me parece la única manera de vivirla” dijo Zarkán.
Y en señal de conciencia y de que la conversación había alcanzado el punto en que todo se reduce a cuestión de opiniones morales (Y de moral no se habla en la mesa), todos nos dimos por satisfechos cuando el mago cerró su argumento con un eructo mordaz.
“Bueno che, ¿Y de postre que hay?”
“Nada. Fédor tenía que traer el postre”
“Ah, ya veo” dijo el mago, asintiendo con su toscano en la boca. Tanto a él, con la mirada perdida entre las hojas del granadero, como al ninja, que dedicaba toda su atención al que debía ser el octavo sándwich de bondiola que se comía, parecía importarles un bledo la ausencia de su amigo. Eduz comenzó a creer que probablemente no fuera la falta de preocupación de sus amigos, sino más bien su propio exceso de la misma, el problema.
Pero Fédor nunca faltaba a los asados. Ni en los aniversarios con sus novias, ni en los días anteriores a los parciales universitarios; Ni siquiera había faltado al asado que, sin saberlo, sus amigos habían organizado el día del funeral de su abuela. De luto y todo, aquella vez había llegado para la primera tanda de choripanes.
Llevando algunos platos a la cocina, decidió pegarle un llamado para preguntarle en qué andaba. Levantó el teléfono.
Timbrazo.
Colgó el teléfono y fue a ver quien era.



2 sept 2007

Capítulo 1

N. del E.: Por cuestiones de precisión, en lugar de la interpretación de los hechos que domina en el resto de la publicación, he decidido transcribir en este capítulo una entrada directamente sacada del diario de viaje de Eduz. Considero que de este modo se preservarán los detalles íntimos de la reunión de los tres amigos en su casa.

"Las brasas ardían en la parrilla, las cervezas se enfriaban en el freezer y el ninja cebaba mate, tranquilo; Todo marchaba bien.
Yo estaba tirado en una reposera plegable, vigilando el asado y jugando al truco con Ninjarg, que estaba sentado de piernas cruzadas sobre un tronco que (por pura fiaca) no le pregunté dónde lo había conseguido.
Sentado en una sillita plegable, Zarkán, el mago, hacía bailar una moneda sobre sus nudillos, perdido en cavilaciones arcanas, con la mirada fija en un móvil hecho con discos compactos de América Online, que pendía de una de las ramas más bajas del piñero de mi patio trasero. .
El olor de la carne ya nos acariciaba la nariz y activaba nuestras glándulas salivales. Represas que se colmaron rápidamente de fluido, sin otro remedio que aligerar la presión, inundando el valle bucal con la más impaciente de las babas.
"Quiero retruco" cantó el ninja.
Maldito. Nunca pude ganarle en el truco, por eso a veces jugar con él se torna aburrido. Quizás sea porque se crió entre los más grandes jugadores de truco que la historia haya conocido, o tal vez por el hecho de que teniendo su capucha puesta las veinticuatro horas, su rostro hace que la frase "cara de póker" pierda sentido, o por ahí tiene mucho culo; pero siempre que jugamos al truco él se las ingenia para ganarnos a todos. Incuso a veces, cuando jugamos en equipos, de alguna manera misteriosa e inexplicable, termina ganando él. Él solo.
"Y dale, quiero" le respondí, detrás de mi doce de espadas, mi cuatro de basto y mi tres de copas. Debía jugar mis cartas bien. No tenía la menor idea de lo que él tenía, pero si las normas de la estadística estaban de mi parte, no podían ser ni un siete de espadas ni de oro, o un tres, o ninguna carta mayor de doce, ya que si vamos al caso él venía ligando como un costurero. No me quedaba otra más que asumir que por lo menos le había tocado un tres.
Jugué el cuatro, para tantear el terreno y aparentar debilidad: En su momento, cantaría el valecuatro si la situación lo ameritaba. Él me contestó con un dos de copa: Yo, tranquilo. Le conozco las mañas y supe que estaba tratando de intimidarme. Tras una pausa teatral, tiró un once. La guerra psicológica daba comienzo. Podía meterme en su juego, tirar el tres y cantarle el valecuatro. Miré el puntaje: Él con once de las buenas, a la cabeza por dos puntos. Ese punto extra podía molestarlo bastante, pero negármelo era el empate y ganármelo era el partido. Difícil.
Decidí irme a lo seguro. Callado, jugué el doce y estudié su reacción, tratando de adivinarle un futuro retruque; Claro que dio casi tanto resultado como intentar predecir el clima en el rostro de Stephen Hawkins. Suspiré tras la falta de respuesta y tiré el tres.
"Quiero vale cuatro". Maldito. "Quiero" le dije. Y como era de esperarse, tiró un tres y ganó el partido.
"Buen juego" observó el ninja.
"Matate" opiné yo, tirando a las brasas el papel en que habíamos anotado la puntuación.
En cuestión de minutos ya saldrían los primeros choris de la tarde y nos faltaba un integrante de la banda. "¿Alguien sabe algo de Fédor?". Nadie respondió. Volví a insistir en el asunto y esta vez obtuve un leve encogimiento de hombros por parte del mago, que hacía aparecer y desaparecer un encendedor en su mano. El ninja me pasó un mate y yo me puse a cortar los panes, repitiendo en mi mente el juego que acababa de perder contra él.
Al cabo de cinco minutos ya comíamos la primer tanda de choripanes y descorchábamos una cerveza, riendo alegremente a carcajadas, recordando episodios de los Simpsons de los '90, interrumpidos solo por el mago, que aseguraba que si Fédor no llegaba rápido él se incautaría de su chori. Fue entonces que me di cuenta.
- Che, sos un hijo de puta -Le grité al Ninja, que me sonrió detrás de un sandwich de bondiola- ¡Yo tenía el quiero!".

28 ago 2007

Prólogo

La tradición oral es muy importante en el folklore de una nación. Su influjo es lo que ha logrado levantar, a partir de las cenizas de una colonia, una nación hecha de las macizas espaldas de inmigrantes de todas las nacionalidades, gracias a cuyas bocas herederas, leyendas como la del Tambor de Tacuarí, Las niñas de Ayohuma y La del Pitufo Enrique, han prevalecido hasta nuestros días y aún hoy inspiran a grandes y pequeños de todo el país.
Muchas de estas historias son, sin embargo, inciertas. De la gran mayoría de sus protagonistas se desconoce su procedencia y verdadero nombre, a excepción de aquellos a quienes la generocidad, de ciertas agencias de publicidad bien encaminadas, ha determinado concederles identidades para fomentar la venta de productos que van desde suavizante de ropa de orgásmicas fragancias, hasta neumáticos de calidad superior.
Pero aún así, toda historia tiene un comienzo real, que no tiene por qué ser necesariamente el principio de la historia en cuestión. La de Ninjarg, por ejemplo, tiene su principio en Boulogne hace diecinueve años, pero comienza hace no más de dos.
Es una historia que comienza como todas las historias que valen la pena ser contadas. Y una que comienza muy simplemente, además.
Es una historia que comienza con un asado.