20 oct 2007

Capítulo 2

Eran ya algo así como las tres de la tarde. El sol brillaba detrás del toldo amarillento que, por decisión unánime, habían bajado girando el mecanismo a un costado de la entrada al patio.
Algunos pedazos de carne todavía humeaban en la parrilla, mientras Ninjarg le aplicaba una capa de chimichurri a su sándwich de bondiola; con el mayor de los desprecios por el hecho de que acababan de zamparse una cantidad de asado como para alimentar a un pequeño regimiento, entre solo tres amigos.
En un solo movimiento contiguo, Zarkán, recostado en su silla, se colocó en la boca un cigarrillo toscano y lo encendió, sumergido en la somnolencia de seis cervezas y varios kilos de carne.
“Eso va a matarte, mago” musitó Eduz desde la reposera de nylon.
“¿Vos decís?” Zarkán miró a su amigo detrás de una nube de humo lechoso.
“Deberías dejarlo”
“Fácil decirlo”
Sin apartar la vista de su bondiola, el ninja dijo con tono aforísmico: “Disciplina” y le pegó otro mordisco a su sándwich. “Dejar de fumar es cuestión de disciplina”
“¿Y los indisciplinados?", Zarkán sonrió con el toscano entre los dientes, "Qué hacemos?”
“La única esperanza de los indisciplinados solitarios, como vos, es un trauma fuerte”
“¿Cómo es eso?”
“Necesitas algo que te sacuda y te quite las ganas de fumar”
“¿Algo como que?”
“No sé, algo. Algo shockeante”
“¿Algo como Rominita Mendizábal teniendo sexo en una plantación de tabaco?”
El ninja se encogió de hombros. “Cada perro con su hueso”. Y se empeñó aún más en su bondiola.

“De cualquier manera no sé por qué debería dejar de fumar”
“Bueno, porque hace mal. ¿No?”, dijo Eduz con los ojos cerrados y la cara al sol.
“Hay tantas cosas que hacen mal” escupió Zarkán, cansado de la misma discusión de siempre.
“Pero deberíamos evitar las que podamos”
“¿Como comer una tonelada de carne y tomar más de dos cervezas cada uno?”
“No. Las que podamos, dije”
“Bueno, igualmente fumar no me trajo ningún problema a mi. La gente habla mucho y las estadísticas te dicen que hay nosecuantas muertes al año por tabaquismo pero, vamos che, si no voy a creer la mitad de las cosas que hay en los diarios, ¿Por que voy a creer todas esas gansadas?. Te digo hermano que, si me pongo empírico, a mi el tabaco jamás me mató”
“No te trajo problemas ahora, pero más adelante sí”
“Quizás me muera antes de que me los traiga, en cuyo caso me arrepentiría de haber dejado de fumar. Nada peor que morir arrepentido.”
“No me parece vivir la vida pensando que uno va a morir prematuramente”
“Mirá vos, a mi me parece la única manera de vivirla” dijo Zarkán.
Y en señal de conciencia y de que la conversación había alcanzado el punto en que todo se reduce a cuestión de opiniones morales (Y de moral no se habla en la mesa), todos nos dimos por satisfechos cuando el mago cerró su argumento con un eructo mordaz.
“Bueno che, ¿Y de postre que hay?”
“Nada. Fédor tenía que traer el postre”
“Ah, ya veo” dijo el mago, asintiendo con su toscano en la boca. Tanto a él, con la mirada perdida entre las hojas del granadero, como al ninja, que dedicaba toda su atención al que debía ser el octavo sándwich de bondiola que se comía, parecía importarles un bledo la ausencia de su amigo. Eduz comenzó a creer que probablemente no fuera la falta de preocupación de sus amigos, sino más bien su propio exceso de la misma, el problema.
Pero Fédor nunca faltaba a los asados. Ni en los aniversarios con sus novias, ni en los días anteriores a los parciales universitarios; Ni siquiera había faltado al asado que, sin saberlo, sus amigos habían organizado el día del funeral de su abuela. De luto y todo, aquella vez había llegado para la primera tanda de choripanes.
Llevando algunos platos a la cocina, decidió pegarle un llamado para preguntarle en qué andaba. Levantó el teléfono.
Timbrazo.
Colgó el teléfono y fue a ver quien era.