2 sept 2007

Capítulo 1

N. del E.: Por cuestiones de precisión, en lugar de la interpretación de los hechos que domina en el resto de la publicación, he decidido transcribir en este capítulo una entrada directamente sacada del diario de viaje de Eduz. Considero que de este modo se preservarán los detalles íntimos de la reunión de los tres amigos en su casa.

"Las brasas ardían en la parrilla, las cervezas se enfriaban en el freezer y el ninja cebaba mate, tranquilo; Todo marchaba bien.
Yo estaba tirado en una reposera plegable, vigilando el asado y jugando al truco con Ninjarg, que estaba sentado de piernas cruzadas sobre un tronco que (por pura fiaca) no le pregunté dónde lo había conseguido.
Sentado en una sillita plegable, Zarkán, el mago, hacía bailar una moneda sobre sus nudillos, perdido en cavilaciones arcanas, con la mirada fija en un móvil hecho con discos compactos de América Online, que pendía de una de las ramas más bajas del piñero de mi patio trasero. .
El olor de la carne ya nos acariciaba la nariz y activaba nuestras glándulas salivales. Represas que se colmaron rápidamente de fluido, sin otro remedio que aligerar la presión, inundando el valle bucal con la más impaciente de las babas.
"Quiero retruco" cantó el ninja.
Maldito. Nunca pude ganarle en el truco, por eso a veces jugar con él se torna aburrido. Quizás sea porque se crió entre los más grandes jugadores de truco que la historia haya conocido, o tal vez por el hecho de que teniendo su capucha puesta las veinticuatro horas, su rostro hace que la frase "cara de póker" pierda sentido, o por ahí tiene mucho culo; pero siempre que jugamos al truco él se las ingenia para ganarnos a todos. Incuso a veces, cuando jugamos en equipos, de alguna manera misteriosa e inexplicable, termina ganando él. Él solo.
"Y dale, quiero" le respondí, detrás de mi doce de espadas, mi cuatro de basto y mi tres de copas. Debía jugar mis cartas bien. No tenía la menor idea de lo que él tenía, pero si las normas de la estadística estaban de mi parte, no podían ser ni un siete de espadas ni de oro, o un tres, o ninguna carta mayor de doce, ya que si vamos al caso él venía ligando como un costurero. No me quedaba otra más que asumir que por lo menos le había tocado un tres.
Jugué el cuatro, para tantear el terreno y aparentar debilidad: En su momento, cantaría el valecuatro si la situación lo ameritaba. Él me contestó con un dos de copa: Yo, tranquilo. Le conozco las mañas y supe que estaba tratando de intimidarme. Tras una pausa teatral, tiró un once. La guerra psicológica daba comienzo. Podía meterme en su juego, tirar el tres y cantarle el valecuatro. Miré el puntaje: Él con once de las buenas, a la cabeza por dos puntos. Ese punto extra podía molestarlo bastante, pero negármelo era el empate y ganármelo era el partido. Difícil.
Decidí irme a lo seguro. Callado, jugué el doce y estudié su reacción, tratando de adivinarle un futuro retruque; Claro que dio casi tanto resultado como intentar predecir el clima en el rostro de Stephen Hawkins. Suspiré tras la falta de respuesta y tiré el tres.
"Quiero vale cuatro". Maldito. "Quiero" le dije. Y como era de esperarse, tiró un tres y ganó el partido.
"Buen juego" observó el ninja.
"Matate" opiné yo, tirando a las brasas el papel en que habíamos anotado la puntuación.
En cuestión de minutos ya saldrían los primeros choris de la tarde y nos faltaba un integrante de la banda. "¿Alguien sabe algo de Fédor?". Nadie respondió. Volví a insistir en el asunto y esta vez obtuve un leve encogimiento de hombros por parte del mago, que hacía aparecer y desaparecer un encendedor en su mano. El ninja me pasó un mate y yo me puse a cortar los panes, repitiendo en mi mente el juego que acababa de perder contra él.
Al cabo de cinco minutos ya comíamos la primer tanda de choripanes y descorchábamos una cerveza, riendo alegremente a carcajadas, recordando episodios de los Simpsons de los '90, interrumpidos solo por el mago, que aseguraba que si Fédor no llegaba rápido él se incautaría de su chori. Fue entonces que me di cuenta.
- Che, sos un hijo de puta -Le grité al Ninja, que me sonrió detrás de un sandwich de bondiola- ¡Yo tenía el quiero!".