25 dic 2008

Capítulo 5

Terminado el pistaccio y muerta la rabia, la enemistad de Eduz con el Ninja por el asunto de los platos había mainado. Zarkán, por lo bajo, charlaba con Fédor acerca de un acto mágico que le venía dando vueltas en la cabeza hacía varios días.
Recordando capítulos pasados de su joven vida, Fédor experimentó una ligereza rememorativa que, por unos minutos, lo llenó de placer y de la maravillosa embriaguez que los recuerdos de los más remotos instantes de la existencia producen en quienes han tenido una vida difícil.
Creyó sentír el frío abrasivo de los abrojos mal aborchados, de unos primordiales pañales de descarte. Luego, una mano que le estrujaba la rodilla desde el asiento del conductor de un auto que zumbaba por la ruta hacia Mar del Plata. Después experimentó en carne presente el miedo y el vértigo que, antaño, le provocaba el descanso de la escalera en la casa donde vivió los primeros tres años de su vida. Creyó que, dado el tiempo necesario, hubiera podido recordar la cara del médico que lo extrajo del vientre materno.
Pero el misticismo, medio etílico y mitad onírico, se disolvió en el aliento que la pregunta de Eduz sopló en su cara y sobre su mente.

- Obviamente, obvio que sí chabon, vamos nomás.

Y partieron todos rumbo a la casa de Eduz.
Zarkán encendió un toscano y la catarata láctea en gravedad cero brotó de su nariz y boca, dispersándose en el aire, casi al compás de un tango que sonaba tras las cortinas blancas de un departamento, encima de una panadería, sobre la esquina de la cuadra de la heladería. Concentraron, por un instante imperceptible y compartido, su total y completa atención en las oleadas del humo que se dispersaban, mientras las inmortales palabras del tango sonaban con incesantes volutas y remolinos plateados.

Hoy se lleva a empeñar
al amigo más fiel,
nadie invita a morfar...
todo el mundo en el riel.
Al mundo le falta un tornillo
que venga un mecánico...
¿Pa' qué, che viejo?
Pa' ver si lo puede arreglar.

Pero así como llegó, el ensimismamiento se dispersó cuando el vantanazo seco soresaltó al grupo de amigos y una banda de palomas que descansaba en unos postes de teléfono dispersó, con su sobresaltado aleteo, el humo lechoso del mágico toscano.
Zarkan se aclaró la garganta, como llamando la vuelta de un breve recreo.

- Buen, te estaba contando. Este tipo intenta hacer este truco ¿Si? Deja todo listo y el día del acto, ¡plop! Desaparece. Nadie lo vuelve a ver nunca más. Dicen -A mi me lo dijo un tipo que conocí en El Bolsón- que el asistente de ese tipo está loco e internado en un manicomio en Brasil. ¿Tétrico, no?

Fédor asintió, pensativo.

- La cosa -siguió el mago- es que este tipo dejó un libro, que detalla todos sus trucos. La mayoría bastante pedorros. Como escritos para rellenar. Porque entre todos esos trucos pedorros hay uno excepcional
- ¿Y vos decís que ese es el truco que vos inventaste?
- Ajá.
- Sin haber visto el cuaderno
- Ajá.
- ¿Cómo sabés?

El ninja, sintiendo la necesidad de ingresar en la conversación, se dio media vuelta y quedó caminando de espaldas hacia adelante.

- ¿Qué clase de mago se roba los trucos de otro mago?

El mago volteó con un gesto despectivo a mirarlo.

- Vos - dijo, sonriendo con malicia- no entendés nada, piquetero cara de calzón.
- ¡Bah! -murmuró el ninja- ¡Mago de cumpleaños...
- Samurai fracasado...
- ... Prestidigitador callejero...
- ... Cabeza de enagua...
- ... Ilusionista de cotillón...
- ... Cerebro de bícep...
- ... Afrancesado!
- ... Chorlito!
- ... ¿Chorlito? ¡Inmigrante mexicano...
- ... ¡Refugiado somalí...
- ... Terrorista afganistano...
- ... Tirano plutócrata...
- ... Bigotudo facista...
- ... Hippie cabeza de hierba...
- ... Jardinero de mala muerte...
- ... Deflorador de señoritas!
- ...Degenrado serial!

El mago chupó su cigarro, quedóse callado, y desvió la mirada hacia adelante. Ninjarg pateó una piedrita que fue a parar, a través de la ventana abierta de un auto que pasaba, justo al ojo del conductor, que a punto estuvo de chocar contra un buzón.
Eduz observaba de reojo a Fédor, que seguía callado. Durante todo el trayecto de vuelta a casa, notó que continuaba con aquella especie de tic nervioso que incluía mirar hacia ambos lados, bamboleando levemente la cabeza. Era como si intentara sacudirse el pelo mojado con una sola sacudida, cortita y violenta, de lado a lado, aprovechando para girar sus pupilas y mirar a su alrededor.

- ¿Por qué no te pasas el faso, curandero mano-chanta? -canturreó el ninja.
- Ahí lo paso - Zarkán se lo entregó a Eduz, con cuidado de no quemarle los dedos - pedazo de eunuco hipertrófico.

Ah, de repente había faso.




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