29 nov 2007

Capítulo 3

Fédor tenía una abuela.
No, no es que tenía a la abuela de alguien maniatada en una silla en su sótano; Fédor compartía un lazo sanguíneo con la madre de su madre y desde chiquito había desarrollado una muy cercana relación con su abuela, trascendiendo los límites mismos de la sangre.
No, no es que cometieran incesto; La relación de Fédor con su abuela era como la de un hijo con su madre, quedando su verdadera madre biológica relegada al lugar de una suerte de representante legal.
Para su cumpleaños número once, la abuela le regaló un condón. Fédor pensó que era un globo de payaso minuciosamente empaquetado, hasta que su abuela le explicó cual era su propósito que, obviamente, por aquél entonces le pareció inverosímil. Los años pasaron y a eso de las cinco de una de las tardes de sus dieciocho años, Fédor perdía su virginidad.
El momento lo había agarrado por sorpresa: Había ido a la casa de una compañera de la secundaria para hacer un trabajo práctico y antes de que pudiera reaccionar, ella estaba desnuda encima de él preguntándole si tenía forros. Fédor le rogó a todos los Dioses que recordaba mientras hurgaba en su billetera. Dudando, extrajo el único preservativo que encontró: El que su abuela le había dado siete años antes. Lo abrió y notó con sorpresa que había mantenido su integridad.
Sonriendo, perdió su virginidad.
A todo esto, la relación con su abuela había ido deteriorándose, en parte por la edad, en parte por cuestiones de tiempo y en otra parte porque la madre se había encargado sistemáticamente de que así fuera. Odiaba a su madre. Ambos lo hacían (Es decir, Fédor odiaba a su madre, que odiaba a su madre, osea la abuela de Fédor). Por su parte, la abuela no odiaba a nadie y se dedicaba a bordar.
Solía bordar maravillosos diseños en almohadones, colchas, pulloveres, pantalones y gorros. Pero un principio de alzheimer había comenzado, hacía cosa de unos años, a dificultarle el trabajo. A veces se encontraba con que, sin darse cuenta, repetía motivos y dibujos en un mismo diseño, por lo que eventualmente le pareció que lo más práctico sería dedicarse a los mosaicos.
Fédor corrió esa tarde a contarle a su abuela pero, al llegar al geriátrico dónde su madre la había internado años atrás, se encontró con la habitación de su abuela vacía. Dijéronle, al preguntar, que su abuela había fallecido esa misma tarde.
No hay cantidad de lágrimas que hubiera resultado suficiente para aplazar su tristeza aquél día. Corrió a su casa, se encerró en su habitación y no salió hasta la noche siguiente, para asistir al velatorio de su abuela, después del cual se fue hasta lo de su amigo Eduz que hacía un asado.
Entre choripanes, cerveza, arañitas y un muy peleado partido de "T.E.G. la Revancha", Fédor se sintió lo suficientemente consolado como para, al menos, irse a dormir un poco.
Dos años pasaron y Fédor ya vivía su vida normalmente. El recuerdo de su abuela lo acompañaba a todas partes, pero ya no como una sensación punzante en la parte de atrás de su nuca, ya no pintado de angustia y ya no de modo presente, sino más bien de un modo latente e integrado; Como si su recuerdo hubiera pasado a estar hecho del material mismo del que está hecha la esencia de Fédor y, por consiguiente, se hubiera mezclado con esta. O así fue, hasta que una tarde como cualquiera, dirigiéndose a la casa de su amigo Eduz para el acostumbrado asado con los amigos, vió a su abuela, que lo miraba desde el otro lado de la calle por la que cruzaba la plaza para llegar a lo de su amigo.
Incrédulo, esperó que la imagen se aclarara, se reformara o simplemente desapareciera (Como pasa en las películas). Pero no, su abuela se mantuvo ahí, mirándolo. Sus ojos destilaban decepción, pensó Fédor; pero luego le pareció que "Insatisfacción" era más adecuado.
En una acción que se criticó minutos más tarde, salió corriendo. Luego volvió a la plaza y buscó a su abuela, pero no la encontró por ningún lado y nadie parecía haberla visto. Miró la hora y, resignado, se dirigió a lo de su amigo para comer lo que fuera que hubiera sobrado del asado.
Llegó completamente perturbado a la reja de la casa y tocó el timbre.
En la cocina, Eduz, que había estado a punto de llamarlo, preocupado por la inusual tardanza de su amigo, colgó el teléfono y fué a ver quien tocaba el timbre.

20 oct 2007

Capítulo 2

Eran ya algo así como las tres de la tarde. El sol brillaba detrás del toldo amarillento que, por decisión unánime, habían bajado girando el mecanismo a un costado de la entrada al patio.
Algunos pedazos de carne todavía humeaban en la parrilla, mientras Ninjarg le aplicaba una capa de chimichurri a su sándwich de bondiola; con el mayor de los desprecios por el hecho de que acababan de zamparse una cantidad de asado como para alimentar a un pequeño regimiento, entre solo tres amigos.
En un solo movimiento contiguo, Zarkán, recostado en su silla, se colocó en la boca un cigarrillo toscano y lo encendió, sumergido en la somnolencia de seis cervezas y varios kilos de carne.
“Eso va a matarte, mago” musitó Eduz desde la reposera de nylon.
“¿Vos decís?” Zarkán miró a su amigo detrás de una nube de humo lechoso.
“Deberías dejarlo”
“Fácil decirlo”
Sin apartar la vista de su bondiola, el ninja dijo con tono aforísmico: “Disciplina” y le pegó otro mordisco a su sándwich. “Dejar de fumar es cuestión de disciplina”
“¿Y los indisciplinados?", Zarkán sonrió con el toscano entre los dientes, "Qué hacemos?”
“La única esperanza de los indisciplinados solitarios, como vos, es un trauma fuerte”
“¿Cómo es eso?”
“Necesitas algo que te sacuda y te quite las ganas de fumar”
“¿Algo como que?”
“No sé, algo. Algo shockeante”
“¿Algo como Rominita Mendizábal teniendo sexo en una plantación de tabaco?”
El ninja se encogió de hombros. “Cada perro con su hueso”. Y se empeñó aún más en su bondiola.

“De cualquier manera no sé por qué debería dejar de fumar”
“Bueno, porque hace mal. ¿No?”, dijo Eduz con los ojos cerrados y la cara al sol.
“Hay tantas cosas que hacen mal” escupió Zarkán, cansado de la misma discusión de siempre.
“Pero deberíamos evitar las que podamos”
“¿Como comer una tonelada de carne y tomar más de dos cervezas cada uno?”
“No. Las que podamos, dije”
“Bueno, igualmente fumar no me trajo ningún problema a mi. La gente habla mucho y las estadísticas te dicen que hay nosecuantas muertes al año por tabaquismo pero, vamos che, si no voy a creer la mitad de las cosas que hay en los diarios, ¿Por que voy a creer todas esas gansadas?. Te digo hermano que, si me pongo empírico, a mi el tabaco jamás me mató”
“No te trajo problemas ahora, pero más adelante sí”
“Quizás me muera antes de que me los traiga, en cuyo caso me arrepentiría de haber dejado de fumar. Nada peor que morir arrepentido.”
“No me parece vivir la vida pensando que uno va a morir prematuramente”
“Mirá vos, a mi me parece la única manera de vivirla” dijo Zarkán.
Y en señal de conciencia y de que la conversación había alcanzado el punto en que todo se reduce a cuestión de opiniones morales (Y de moral no se habla en la mesa), todos nos dimos por satisfechos cuando el mago cerró su argumento con un eructo mordaz.
“Bueno che, ¿Y de postre que hay?”
“Nada. Fédor tenía que traer el postre”
“Ah, ya veo” dijo el mago, asintiendo con su toscano en la boca. Tanto a él, con la mirada perdida entre las hojas del granadero, como al ninja, que dedicaba toda su atención al que debía ser el octavo sándwich de bondiola que se comía, parecía importarles un bledo la ausencia de su amigo. Eduz comenzó a creer que probablemente no fuera la falta de preocupación de sus amigos, sino más bien su propio exceso de la misma, el problema.
Pero Fédor nunca faltaba a los asados. Ni en los aniversarios con sus novias, ni en los días anteriores a los parciales universitarios; Ni siquiera había faltado al asado que, sin saberlo, sus amigos habían organizado el día del funeral de su abuela. De luto y todo, aquella vez había llegado para la primera tanda de choripanes.
Llevando algunos platos a la cocina, decidió pegarle un llamado para preguntarle en qué andaba. Levantó el teléfono.
Timbrazo.
Colgó el teléfono y fue a ver quien era.



2 sept 2007

Capítulo 1

N. del E.: Por cuestiones de precisión, en lugar de la interpretación de los hechos que domina en el resto de la publicación, he decidido transcribir en este capítulo una entrada directamente sacada del diario de viaje de Eduz. Considero que de este modo se preservarán los detalles íntimos de la reunión de los tres amigos en su casa.

"Las brasas ardían en la parrilla, las cervezas se enfriaban en el freezer y el ninja cebaba mate, tranquilo; Todo marchaba bien.
Yo estaba tirado en una reposera plegable, vigilando el asado y jugando al truco con Ninjarg, que estaba sentado de piernas cruzadas sobre un tronco que (por pura fiaca) no le pregunté dónde lo había conseguido.
Sentado en una sillita plegable, Zarkán, el mago, hacía bailar una moneda sobre sus nudillos, perdido en cavilaciones arcanas, con la mirada fija en un móvil hecho con discos compactos de América Online, que pendía de una de las ramas más bajas del piñero de mi patio trasero. .
El olor de la carne ya nos acariciaba la nariz y activaba nuestras glándulas salivales. Represas que se colmaron rápidamente de fluido, sin otro remedio que aligerar la presión, inundando el valle bucal con la más impaciente de las babas.
"Quiero retruco" cantó el ninja.
Maldito. Nunca pude ganarle en el truco, por eso a veces jugar con él se torna aburrido. Quizás sea porque se crió entre los más grandes jugadores de truco que la historia haya conocido, o tal vez por el hecho de que teniendo su capucha puesta las veinticuatro horas, su rostro hace que la frase "cara de póker" pierda sentido, o por ahí tiene mucho culo; pero siempre que jugamos al truco él se las ingenia para ganarnos a todos. Incuso a veces, cuando jugamos en equipos, de alguna manera misteriosa e inexplicable, termina ganando él. Él solo.
"Y dale, quiero" le respondí, detrás de mi doce de espadas, mi cuatro de basto y mi tres de copas. Debía jugar mis cartas bien. No tenía la menor idea de lo que él tenía, pero si las normas de la estadística estaban de mi parte, no podían ser ni un siete de espadas ni de oro, o un tres, o ninguna carta mayor de doce, ya que si vamos al caso él venía ligando como un costurero. No me quedaba otra más que asumir que por lo menos le había tocado un tres.
Jugué el cuatro, para tantear el terreno y aparentar debilidad: En su momento, cantaría el valecuatro si la situación lo ameritaba. Él me contestó con un dos de copa: Yo, tranquilo. Le conozco las mañas y supe que estaba tratando de intimidarme. Tras una pausa teatral, tiró un once. La guerra psicológica daba comienzo. Podía meterme en su juego, tirar el tres y cantarle el valecuatro. Miré el puntaje: Él con once de las buenas, a la cabeza por dos puntos. Ese punto extra podía molestarlo bastante, pero negármelo era el empate y ganármelo era el partido. Difícil.
Decidí irme a lo seguro. Callado, jugué el doce y estudié su reacción, tratando de adivinarle un futuro retruque; Claro que dio casi tanto resultado como intentar predecir el clima en el rostro de Stephen Hawkins. Suspiré tras la falta de respuesta y tiré el tres.
"Quiero vale cuatro". Maldito. "Quiero" le dije. Y como era de esperarse, tiró un tres y ganó el partido.
"Buen juego" observó el ninja.
"Matate" opiné yo, tirando a las brasas el papel en que habíamos anotado la puntuación.
En cuestión de minutos ya saldrían los primeros choris de la tarde y nos faltaba un integrante de la banda. "¿Alguien sabe algo de Fédor?". Nadie respondió. Volví a insistir en el asunto y esta vez obtuve un leve encogimiento de hombros por parte del mago, que hacía aparecer y desaparecer un encendedor en su mano. El ninja me pasó un mate y yo me puse a cortar los panes, repitiendo en mi mente el juego que acababa de perder contra él.
Al cabo de cinco minutos ya comíamos la primer tanda de choripanes y descorchábamos una cerveza, riendo alegremente a carcajadas, recordando episodios de los Simpsons de los '90, interrumpidos solo por el mago, que aseguraba que si Fédor no llegaba rápido él se incautaría de su chori. Fue entonces que me di cuenta.
- Che, sos un hijo de puta -Le grité al Ninja, que me sonrió detrás de un sandwich de bondiola- ¡Yo tenía el quiero!".

28 ago 2007

Prólogo

La tradición oral es muy importante en el folklore de una nación. Su influjo es lo que ha logrado levantar, a partir de las cenizas de una colonia, una nación hecha de las macizas espaldas de inmigrantes de todas las nacionalidades, gracias a cuyas bocas herederas, leyendas como la del Tambor de Tacuarí, Las niñas de Ayohuma y La del Pitufo Enrique, han prevalecido hasta nuestros días y aún hoy inspiran a grandes y pequeños de todo el país.
Muchas de estas historias son, sin embargo, inciertas. De la gran mayoría de sus protagonistas se desconoce su procedencia y verdadero nombre, a excepción de aquellos a quienes la generocidad, de ciertas agencias de publicidad bien encaminadas, ha determinado concederles identidades para fomentar la venta de productos que van desde suavizante de ropa de orgásmicas fragancias, hasta neumáticos de calidad superior.
Pero aún así, toda historia tiene un comienzo real, que no tiene por qué ser necesariamente el principio de la historia en cuestión. La de Ninjarg, por ejemplo, tiene su principio en Boulogne hace diecinueve años, pero comienza hace no más de dos.
Es una historia que comienza como todas las historias que valen la pena ser contadas. Y una que comienza muy simplemente, además.
Es una historia que comienza con un asado.